Volvemos a la carga con el blog y con muchas nuevas sorpresas que pronto os desvelaré, pero antes de entrar en más detalles, quería dedicar un post para compartir con vosotros una herramienta que es la culpable de este parón en el blog y dicho sea de paso, una de las piezas fundamentales de la transformación interior en la que me he visto inmerso tras mi experiencia en Shaolin Temple Europe, el silencio.
RUIDO VS. SILENCIO
Si tuviera que hablaros del mal no podría omitir el bien, al igual que si os hablo de la oscuridad debo hablaros de la luz, por tanto para hablaros del silencio también debería hablar del sonido, al que me referiré con toda la intención del mundo, como ruido. Es curioso que mientras escribo esta introducción, mi subconsciente ha encasillado al silencio en el lado oscuro mientras el ruido está en el lado de la luz. ¿no es esto curioso?
Si hablamos sobre encuentros sociales entre humanos y me pongo a pensar en situaciones en la que reina el silencio, a bote pronto, me vienen los funerales y las situaciones incómodas de las que queremos escapar – pensad en ascensores y en silencios tras frases desafortunadas – mientras que si pienso en el ruido – siempre hablando de relaciones sociales – me vienen a la cabeza reuniones familiares en navidad, comidas con viejos amigos, fiestas, etc.
Mi mente relaciona este ruido social con la felicidad y la armonía probablemente porque este ruido implica movimiento el cual es un indicativo de vida, mientras que el silencio lo veo más ligado con la incomodidad y sobretodo con la soledad. No me cansaré de repetir que uno de los mayores miedos de un animal social es la exclusión y por tanto el sentimiento de soledad que inevitablemente aboca a la muerte y con ella, la muerte de su legado genético. Por tanto, es de entender que tratemos de evitar a toda costa mediante automatismos – a los que llamo software o descargas en referencia al mundo informático – este sentimiento de soledad el cual conectamos inevitablemente con el silencio.
EL RUIDO NO NOS DEJA AVANZAR
Gracias a este duro esfuerzo de tratar de observar más e intervenir menos, me he dado cuenta por un lado, que en todo momento tratamos de intervenir para mostrar que estamos ahí, bien vivos, y por otro lado, que no nos damos cuenta de que por ese afán de no ser excluidos, nos olvidamos de escuchar para simplemente ser oídos o ser vistos. No penséis que esto lo he visto sólo en los demás, de hecho, cuando más consciente he sido de ello ha sido cuando me he cazado a mí mismo cayendo en estos automatismos.
¿Cuántas veces nos han compartido una experiencia a la que contestamos con otra experiencia vivida por nosotros mismos similar a la expuesta por el otro interlocutor?
Es un patrón que no paro de observar en encuentros sociales. Bien es cierto que compartir experiencias similares nos hace sentirnos arropados y parte del grupo, lo cual nos aleja de ese sentimiento de soledad e incomprensión al que tanto tememos. Pero por otro lado, ¿cuántas veces hemos tratado de compartir un problema por el simple hecho de ser escuchados? Puede que a veces, con nuestra réplica, la intención sea dar aliento a la otra persona, pero ¿es esto lo que busca nuestro interlocutor? y dicho sea de paso ¿estamos seguros de que es ésta la intención última de nuestra réplica?
Ahora si nos movemos hacia el ámbito de los debates, sean de la índole que sean, da la sensación de que nos encontramos en partidos de tenis donde lo importante es hacer un tanto, olvidándonos completamente de la pelota. Un tanto que puede significar ganar o no perder, same same but different, a fin de cuentas huir de ese gran miedo que es la soledad, cueste lo que cueste. En ocasiones, no hemos escuchado completamente a nuestro interlocutor pero ya tenemos en mente la respuesta. ¿Rapidez mental o ego al rescate? Y es que el ruido externo – el que sale de nuestras bocas – es el reflejo y consecuencia del ruido interno, el cual no nos deja ver ni oir lo que pasa en nuestro interior y qué decir de lo que pasa en el exterior.
LO QUE NOS APORTA EL SILENCIO
Con respecto a un debate acalorado lo que puede aportarnos es perspectiva y no sólo perspectiva sobre lo que nuestro interlocutor nos dice, sino perspectiva sobre las emociones que están aflorando por la marca de raqueta que usa el de enfrente, lo cual, te da cierto margen de maniobra sobre ti mismo.
Tras decir esto, no importa si es una conversación sobre problemas personales o sobre problemas políticos, en gran parte de las conversaciones en la que me he posicionado desde el silencio, he visto cómo de lo que tratamos, como ya he mencionado antes, es de ser vistos o escuchados. Cuando en una mesa nos sentamos dos personas con las mismas necesidades y ninguna de las personas echa el freno, desde luego que pueden salir conversaciones interesantes, pero no dejarán de ser partidos de tenis que ambos quieren ganar, lo cual significa que los dos se creeran vencedores, que los dos se creerán vencidos o que uno se crea ganador y otro perdedor. En cualquiera de los casos una ilusión a las órdenes de la mente de cada uno y por supuesto, alejada de lo que eso podría haber sido.
Cierto es que tanto de las victorias como de las derrotas se pueden sacar cosas muy valiosas, pero creo que cuando nos sentamos en una mesa de conversación o debate, no venimos buscando la derrota del oponente, sino el bien común, el bien de la especie de la que tanto miedo tenemos de ser desterrados. Por tanto, lo que puedo decir que a mi personalmente me ha aportado el silencio, entre muchas otras cosas, es un mayor autoconocimiento y por consiguiente una mayor comprensión y compasión por la especie a la que pertenezco y de la cual todavía tengo miedo de ser desterrado.
SOBRE EL SILENCIO DE TROTAMUNDOGS
El ruido no nos deja oír ni lo que pasa dentro de nosotros ni en nuestro entorno, olvidándonos así de nuestro potencial innato de ser espontáneos y genuinos. Este olvido (in)voluntario nos aboca al sufrimiento del que, de alguna forma, nos hemos convertido en consumidores (in)conscientes. Y es que si sufrimos, es porque estamos viviendo alejados de nuestro potencial innato, por miedo al destierro, el cual nos empuja al consumo de cierto software que ni siquiera somos conscientes de que estamos consumiendo.
Lo primero que experimentamos al entrar en contacto con el silencio es el ruido en su máximo esplendor, pero no te asustes, porque con el silencio se escucha todo mejor.
En el próximo artículo os hablaré sobre mi experiencia en esta cuarentena, la cual me invita a abandonar el templo para irme a trabajar a Suecia, desde donde os estoy escribiendo este artículo.